Las actividades económicas vinculadas a la cría de animales marinos y acuáticos en general así como al cultivo de algas representan un importante porcentaje de la generación de alimentos e insumos para otras industrias en todo el mundo. En consideración a esta relevancia, la actividad es regulada y supervisada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) a través de su organismo especializado llamado Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (ONUAA, más conocida como FAO por sus siglas en inglés correspondientes a Food and Agriculture Organization).
En esta oportunidad queremos compartir contigo las reglas establecidas por esta división de la ONU para el ejercicio de una agricultura marina responsable, en todas sus áreas, incluyendo el cultivo de algas marinas que a nosotros tanto nos interesa.
Tal como mencionamos en la introducción, la tarea de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura no se queda solo en supervisar los cultivos de algas marinas. De hecho, tal y como su nombre lo indica, implica todas las actividades de agricultura marítima y terrestre, pesca, forestación y producción alimenticia en general, con especial énfasis en la erradicación del hambre de la humanidad.
Para lograrlo, la FAO se encarga de brindar ayuda económica y técnica, procurando en cada momento y sector mantener en alto la bandera de la sustentabilidad, elemento imprescindible para la producción eficaz y duradera de alimentos.
En este aspecto, la FAO ha establecido una serie de reglas específicas para la sustentabilidad en el sector acuícola, comprendiendo dentro de este al cultivo humano de peces, crustáceos, moluscos, plantas acuáticas y algas marinas (pertenezcan o no al reino vegetal, como gran parte de las microalgas).
Para las algas y plantas marítimas estas reglas para el cultivo responsable son las siguientes:
– Para cultivos en áreas naturales debe procurarse causar las mínimas modificaciones al entorno, evitando así consecuentes impactos negativos en especies interrelacionadas, corrientes acuáticas y sustratos. Si un sitio es propicio para determinado cultivo, debe cuidarse esa natural riqueza que ofrece sin alterarla.
– De igual modo, cuando se introducen elementos externos a ese ambiente natural (como pueden serlo cañas, maderas terrestres, metales o plásticos en tubos, cañerías, redes o cuerdas) debe procurarse un estricto control y conteo de estos. Es recomendable el uso de materiales reciclables o reutilizables que no se deterioren rápidamente en las condiciones normales de los cultivos. En caso de que un territorio de cultivo sea abandonado tras el periodo de cosecha o por otros motivos, deberán limpiarse y eliminarse todos estos elementos externos, dejando el entorno natural lo más similar posible a su estado original previo a la intervención de los cultivadores.
– Tanto en cultivos en ambientes naturales como en cultivos en granjas artificiales (toneles, albercas, zanjas, etcétera) se debe cuidar muy especialmente la interacción de las algas marinas con los animales que allí conviven, sean especies nativas o introducidas. Esto se debe especialmente a que, al no tratarse de cultivos espontáneos, pueden repercutir en el natural equilibrio del ecosistema circundante. Aún en granjas artificiales las algas marinas pueden influir en insectos, aves, anfibios y mamíferos del lugar.
Según la propia FAO, siguiendo estas pautas solamente en el año 2018 la producción mundial de algas marinas alcanzó un total de 32,4 millones de toneladas, y la proyección y pretensión del organismo es continuar con un crecimiento exponencial de la industria cada año.
Estas son las líneas generales con las que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (o FAO, como se la conoce mundialmente) establece los criterios para ejercer una agricultura marina responsable. De la sustentabilidad de los recursos acuáticos puede depender el futuro de toda la vida en nuestra planeta, y de nosotros depende cuidar ese delicado equilibrio.
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